Es una preparación magnífica a la lectura y la escritura.
Un grupito está charlando. Hablan sobre si han ido a desayunar en la escuela, uno dice que no, otro
que sí y que ha tomado leche con galletas. Y llega una chiquilla, que no ha ido y le dice al maestro: — ¿Vamos a tomar leche?...
Entramos en la clase y el maestro escribe en la pizarra «vamos a tomar leche».
Acaba de surgir el primer texto escrito en esta pequeña aula, con un grupo de diez entre niños y
niñas, que a duras, chapucean el español.
El maestro, sin más, dice: — He puesto: “vamos a tomar leche”, que es lo que Lorena me ha
dicho mientras entrábamos en clase.
Y comenzamos nuestra primera jornada de trabajo escolar.
A partir de aquí, ya no se para: aprenden a leer, aprenden a escribir y aprenden lo que es más
importante: expresar el pensamiento, tomando conciencia del mecanismo de la lectura.
• Escribo la frase a mano en la pizarra.
• La leemos.
• Queremos pasarlo a imprimirlo.
Escribo la frase sobre una hoja. Los niños están listos para
componer. Les digo:
— Mirad, el componedor se coge así. Se comienza por aquí (por la derecha). Y se busca en los
cajoncitos algo igual a esto (enseño la primera letra del texto).
Y cada cual hace su trabajo.
Los pequeños han terminado de componer. Terminadas la composición y la corrección, nos dedicamos a la impresión.
Se imprime una primera hoja: es la prueba que yo corrijo, se imprime una hoja para cada alumno.
Los niños escriben entonces en cuartillas, releen el texto y lo ilustran. Antes, yo mismo, he escrito
el texto en un cartel que está colocado en la pared y frente a ellos, tienen también, un modelo
que yo he escrito y bastante grande en cuartillas, que la tienen cerca en la mesa (al principio es necesario este modelo, ya que el estar constantemente mirando la pizarra o el cartel, dispersa su atención y puede experimentar más dificultad
en copiar)
Se distribuyen las hojas impresas, se prepara tarjetitas que se mezclan y reordena luego para
reconstruir el texto. Ya se destacan las palabras importantes. Las tarjetitas se guardan en un cajón, ahí las tenemos para ser utilizadas, repasarlas en algún momento,… Propongo hacer trabajos con esas tarjetitas que escribimos en la pizarra o en fichas.
Entonces comenzamos los pequeños ejercicios de ortografía: escribir sin mirar una frase del
texto, mirar una foto o un dibujo y escribir una frase, o una palabra, discriminar palabras,…
Fichas autocorrectivas, fichero de palabras.
Todos estos ejercicios, no revisten en ningún caso el centro de las actividades de la clase. Las
actividades escolares tal como la gramática, la ortografía, el vocabulario y la conjugación son
estimuladas por la escritura y están a su servicio.
Ya tengo organizada el aula.
La primera aventura está asegurada por el éxito, observo el interés de los críos, la curiosidad por
lo que estamos haciendo, los aparatos y máquinas que tenemos en clase: ordenadores,
impresora, escaner, cizalla, un pequeño reproductor de dvd y una pequeña “imprenta” tipo freinet.
… Y llega un día en que Bianca dice:
— ¿Escribimos en el ordenador “vamos a tomar leche”?.
A partir de aquí una nueva aventura, una conversación con los críos.
— ¿Ordenador? —pregunto—.
— Sí.
— ¿Tenemos ordenador en la clase? — increpo yo —.
— Tres y el tuyo cuatro — señalando la zona donde están colocados —.
— Ah, vale…
(Esos tres ordenadores no estaban anteriormente a esta charla en clase, los monté la tarde
anterior. El “mío”, sí, lo tengo montado en una tarima para las proyecciones de entrenamiento de
vocabulario oral. Ellos nunca habían reparado en él como instrumento de escritura)
Tras el coloquio sobre los ordenadores y unos cuantos ejercicios que constituyen una lección de
cálculo, encendemos los ordenadores y por parejas escriben su texto en el ordenador: “vamos a
tomar leche” (en este tiempo tenemos junto a nosotros un maestro en prácticas que se ha
entusiasmado con el trabajo. En esta ocasión ayuda a los críos en la escritura con el ordenador)
Cada pareja tiene una copia de las hojas impresas delante…
Mientras esto ocurre, yo escribo en la pizarra lo que hemos conversado y escribo: “tenemos
cuatro ordenadores en la clase”. (En la zona de los ordenadores tengo un cartel que anuncia con
la palabra “ordenador” esa zona)
Han acabado y terminamos la clase por hoy.
A día siguiente (la frase “tenemos cuatro ordenadores en la clase”, está escrita en la pizarra), tras
los pequeños quehaceres diarios: saludo, estudio del calendario, charla moral y cívica, …,
pregunto si saben leer lo que pone allí, les digo que alguna palabra ya está escrita en un cartel de
la clase, damos alguna pista y descubren la palabra “ordenador”, entonces leemos la nueva
frase.
Ha surgido un nuevo texto, algo nuevo para explorar y descubrir: ¡lo que hablamos lo podemos
escribir y leer!.
Y nuestros días de clase pasan viviendo juntos; el entusiasmo está alrededor.
El trabajo en clase es productivo, al menos así lo pensamos el maestro en prácticas y yo mismo
cuando nos sentamos a reflexionar las vivencias y aprendizajes que se producen en el aula, a la
vez que observamos el entusiasmo de los críos.
Están practicando el texto libre oral de forma espontánea y es nuestra tarea coger el hilo, dejar
hablar a nuestro pequeño mundo y acompañarles en este nuevo…, su trayecto.
Este nuevo día, hay un tema de conversación y es general. Un viento mueve a todos nuestros
alumnos. Incesantemente cuentan “agua caliente”. Quieren que les comprenda. Dentro de clase,
entablamos una conversación sobre eso que dicen y tanto el maestro de prácticas como yo, no
llegamos a comprender. Ha habido un acontecimiento en sus pequeñas vidas que ellos quieren
expresarnos y no sabemos dónde hay que llegar… Pero llegamos. La situación es la que se relata:
“En sus casas no tienen agua (viven en un asentamiento donde no les llega agua corriente, faltan
las tuberías) La tarde anterior fueron toda la comunidad que allí vive a unas pozas de agua
termales, a unos 30 kilómetros …”
Imaginad la cantidad de experiencias y vivencias. Al día siguiente, cuando entramos en clase,
admiran una serie fotográfica del lugar en el que ocurrió todo esto. Y un gran título que preside la
exposición: “agua caliente”. Hay que ver las caras iluminarse, los ojos agrandarse y diciendo:
— ¡Aquí!, ¡agua caliente!, ¡aquí! — señalando las fotos —.
A partir de aquí un montón de interrogantes y un nuevo texto para escribir.
Un paso adelante.
(Tenemos una gran biblioteca y algunas mañanas les leo un cuento corto, al tiempo que ellos
miran los dibujos y las palabras, les descubro las mayúsculas al comienzo de los cuentos y el
punto al final, poco a poco, se van dando cuenta que todos los textos empiezan y acaban igual — un descubrimiento ortográfico tan natural como el que tiene una madre cuando afirma que su hijo, aprenderá a hablar —)
El texto surgido es:
Título: “agua caliente”
Texto: “Fuimos a bañarnos a un manantial de agua caliente.”
Sí, con la mayúscula y el punto final, o como dice Claudio “punto y ya está”
— haciendo un gesto con los brazos de “se acabó” —.
La vida en clase se va complicando. El complejo de interés.
Unos días después, una pecera en un mueble preside la clase. Es el centro de atención: tres
pequeños peces japoneses que hay que cuidar, alimentar y una nueva actividad cotidiana: hay
que darles de comer una vez al día, hay que esperar cinco minutos (mientras la comida se
ablanda en un recipiente con agua) antes de echar de comer, cambiar una porción de agua a la
semana,…, constituyen una auténtica lección de cálculo.
Título: Mis peces
Texto: Tengo dos peces.
El naranja se llama Prinsa y el rojo se llama Dragón.
En clase miro mis peces.
Mis peces comen una vez al día, y el fin de semana…
Cuido mis peces: alimento seco una vez al día.
Viven en una pecera de agua fría.
El agua se cambia una vez a la semana. Limpio todo y mis peces están felices.
Leo el texto a los niños, hacemos un álbum de los peces:
— Qué comen.
— Dónde viven.
— Cómo cuidarlos.
Después de tal iniciación y de un año de hojas impresas, que recuerdan estos instantes de vida
palpitante, sin dejar de expresarse y de crear, adquieren fácilmente el mecanismo de la lectura.