

Había una vez un molinero tan pobre que, al morir, sólo dejó en herencia el molino a su hijo mayor y un gato al menor.
El pobre chico estaba muy triste.
— Amo mío, no te pongas así, déjame tus botas y haz lo que te diga, vámonos pues.
— ¿De quién son estas tierras y rebaños?
— Del terrible ogro del castillo.
— Desde ahora son del Marqués de Carabás, así lo diréis cuando pase el rey.
Cuando el rey llegó, preguntó a un pastor:
— ¿De quién son estos rebaños?
— De Marqués de Carabás.
— ¿Y de quién son estas tierras?
— También, señor.
Mientras tanto, el gato hizo que su amo se desnudara y se bañase en el río. Le escondió sus pobres ropas y esperaron la llegada del rey.
— ¡Auxilio, Majestad, han robado los vestidos de Carabás!
El rey, al oírle, hizo parar la carroza inmediatamente.
— Soldados, en seguida, ayudad al Marqués de Carabás, — ordenó el rey, mientras descendía de su carroza para saludarle personalmente —.
Entre tanto, el gato preguntaba al ogro:
— ¿Sois vos el mago que puede transformarse en cualquier animal?
— ¡Si!
— ¡No me lo creo, demostrádmelo!
El ogro cayó en la trampa cuando le dijo:
— ¿Podéis convertiros también en un ratón?
— ¡Ja, ja, pues claro!
Al instante el gato se lo comió.
Precisamente entonces llegaron el rey y el Marqués al castillo:
— Entrad, Majestad, a la humilde mansión del Marqués de Carabás.
Gracias a la astucia del gato con botas, su amo, el hijo del molinero, pudo casarse con la hija del Rey y vivir feliz con ella toda su vida.
Cuento clásico.
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